Cristiano Cani (2008): Torta degli sposi |
Perfectamente circular, con palomas y flores moldeadas en relieve, el pan nupcial de su hermana le pareció más delicado y bonit que cuando lo había visto sobre la pala del horno: una filigrana de harina y agua, fruto de un arte al alcance de pocas. Le habían prohibido estar presente mientras su madre y Bonacatta lo preparaban, y el simple act.o de mirarle en secreto constituía también una transgresión cuyas consecuencias le hacían hervir la sangre como una llamarada, avivada por el olor intenso y agradable que colmaba la estancia, como si fuera un vientre. Quería verlo, pero sin segundas intenciones, con el ansia con que algunos acuden a las exposiciones de cuadros famosos y compran la entrada para confirmar su derecho a no poseerlos. Pero resultó que, mientras estaba inclinada observando el pan, su mirada se desplazó hacia el espejo, donde además del pan se vio a sí misma.
Desde el fondo de la casa llegaba, sofocado, el parloteo de las amigas de la novia que la ayudaban a vestirse, pero el denso olor del pan amortiguaba todos los ruidos y Maria ya no los oía. Cometiendo el pecado de imaginarse con los ojos del hombre de otra, se puso de pie y se observó sin entender nada. En el espejo era ella quien se casaba ese día, no Bonacatta, porque en aquel mundo misterioso hecho de reflejos la mirada del novio se había posado sobre su rostro como una mano sobre un fragante amaretto.
(...) volvió a inclinarse sobre el cesto que estaba a sus pies, atraída nuevamente por el pan de los novios y sabiendo que aquel aro de masa cocida, destinado al ofertorio y luego a la eternidad bajo un cristal, colgado de la pared tras haber sido pintado con barniz para protegerlo de la carcoma y el moho, era más importante aún que los anillos. Por eso lo levantó con muchísimo cuidado, con intención de ponérselo lentamente sobre la cabeza, donde encajó como hecho a su medida. Al mirarse entonces se vio por fin guapa, una reina de pan reverenciada por el olor a prohibido de aquella silenciosa coronación. Sonrió, pero de repente un rumor de pasos en el pasillo la hizo volverse alarmada. O quizá lo que la asustó fue el peso impropio de aquel pan vengativo, ornament de un día que no era el suyo.
(...) En el torpe intento de protegerse del peligro inminente, se inclinó hacia delante para coger las dos partes de la blusa abierta y la corona le resbaló de la cabeza. Sus dedos reaccionaron demasiado tarde para impedir el desastre: el pan de la buenas suerte cayó al suelo con un crujido de huesos rotos, destrozado.
Filippo N. (2006): Poltadura 'e su stregiu 'e sa sposa |
Murgia, Michela (2011): La acabadora, Editorial Salamandra, 58-61.
Bloc personal de Michela Murgia
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada